James Owens, más conocido como Jesse, fue un atleta de origen estadounidense, especializado en las pruebas de velocidad y salto en largo. Con cuatro medallas olímpicas (todas de oro) y la consecución de tres récords mundiales le valieron para ser considerado el mejor y más reconocido atleta de la historia.

Nacido en 1913 en la ciudad de Alabama, Owens, junto con su familia, fue partícipe de la Gran Migración Negra (un millón y medio de afroamericanos huyeron de la segregación en el sur del país), por lo que debió mudarse al estado de Ohio. Allí es donde comenzaría la leyenda: el apodo Jesse nació cuando un profesor preguntó por su nombre, a lo que James respondió «J. C.», pero el magistrado malinterpretó sus palabras y lo bautizó como Jesse Owens.

Durante su adolescencia comenzó a tomarle gusto a las pruebas de velocidad, y de pronto atrajo la atención del mundo deportivo porque, en el año 1933 en la East Technical High School en Cleveland, el joven de 20 años había igualado el récord mundial de 9,4 s en la carrera de 100 yardas (91,44 m) y al lograr una marca en el salto de longitud de 7,56 m.

A pesar de sus constantes logros, aún seguía siendo apartado del resto de la sociedad por ser afroamericano. Ni siquiera su propia universidad lo premio con una beca por sus hazañas deportivas.
En 1935, durante la Big Ten Conference, Owens se consagró en el atletismo al establecer tres récords mundiales e igualar otro más: En la carrera de 100 yardas corrió en 9,4 s, empatando la marca mundial, y las nuevas plusmarcas fueron en el salto de longitud con 8,13 m (que conservaría por 25 años), 20,3 s en la carrera de 220 yardas (201,168 m), y 22,6 s en la de 200 yardas con vallas bajas, que era la primera marca conocida por debajo de los 23 s.

Un año más tarde se desarrollarían los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados por el dictador Adolf Hitler para poder demostrar la superioridad de la raza aria alemana sobre todas las demás razas.
El 3 de agosto comenzó lo que sería un torneo inolvidable tanto para Jesse como para la trastornada mente de Hitler, quien esperaba que los deportistas alemanes sean los protagonistas de estos Juegos y que nadie que haya nacido fuera del país germano lograra triunfar, mucho menos un atleta de tez morena. Ese día logro la medalla de oro en 100 m con un tiempo de 10,3 s. 24 horas más tarde lograría el segundo de los cuatro oros que obtuvo en Berlín, en este caso en salto de longitud con una marca de 8,06 m.
El 5 de agosto se adjudicó la carrera de los 200 m con un tiempo de 20,7 s y finalmente gano la presea más deseada cuatro días más tarde en la carrera de relevos 4×100 m.

El führer no aplaudía las medallas de Owens, pero sí las de los atletas blancos. Cuando un miembro del Comité Olímpico Internacional le indicó que sería conveniente de que aplaudiera a todos por igual o a ningún atleta, Hitler decidió no aplaudir a nadie.

Tras su enorme actuación en Berlín, Jesse pretendía volver a su país natal para sacar provecho de sus gigantes actuaciones. Sin embargo, Amateur Athletic Union (AAU) le retiro su condición de deportista amateur, acabando con su carrera. A raíz de esto, el velocista expresó: “El mundo del atletismo se está convirtiendo en una farsa. Ya no significa nada para nosotros los atletas. LaAAU se lleva todas las ganancias. Se lleva todo nuestro dinero en este país y te persigue en Europa para conseguir su parte. Tus mismos compatriotas te quitan lo que te pertenece”.

Luego de recibir el apoyo de varios patrocinadores, caer en la bancarrota y ser nombrado embajador de buena voluntad por el gobierno norteamericano, fallecio a la edad de 66 años a causa de un cáncer de pulmón.
El dormitorio en el que se alojó durante los Juegos Olímpicos fue convertido en un museo con fotografías de sus logros durante la competición. Allí se encuentra una carta (interceptada por la Gestapo) de un admirador que le recomendaba no darle la mano a Adolf Hitler.

Jesse Owens durante Berlín 1936. La reacción de Hitler lo dice todo: