Una línea ofensiva sobrecargada que no logra el objetivo y una defensa extremadamente expuesta pueden provocar lo que ocurrió: sembrar el miedo de forma definitiva tras un empate que desecha todo plan previo. Destacar una figura en medio del caos es una labor difícil, por lo que es conveniente saber qué pasó durante el partido.

Los primeros veinte minutos tuvieron a un seleccionado argentino totalmente dominador y en terreno adversario. Javier Mascherano fue el primero en asistir a Mauro Icardi, quien no pudo convertir por definir mal y por encontrarse con la primera de las tantas muestras de seguridad de Wuilker Fariñez.

Paulo Dybala se mostró suelto y así intentó participar un poco más que en Montevideo. Ángel Di María, más incisivo y preciso, asistió dos veces a un Icardi sin éxito y cada vez más impotente. Lautaro Acosta, por momentos, fue una herramienta más. Y Lionel Messi encontró más comodidad que frente a Uruguay para desplegar su juego.

La propuesta llevada a cabo a través de movimientos rápidos descontroló a Venezuela, que soportó el empate gracias a su arquero. Los problemas para el fondo argentino eran inexistentes por las garantías de Nicolás Otamendi y de Federico Fazio. Sin embargo, la claridad iría diluyéndose, Di María fue sustituido por lesión y el camino al gol se esfumaría. Todo un adelanto para el terror que vendría en el complemento.

De un error de Éver Banega, cuyas últimas actuaciones han sido muy cuestionables, surgió la única posibilidad de peligro para la vinotinto y la efectividad fue total. 0-1 y la desesperación se instaló. En momentos así, ¿a quién se acude para buscar una mágica solución? Sí, al que lleva la 10 en la espalda.

Messi se volvió más necesario y apenas pudo conectar con sus compañeros en escasas oportunidades. Además, Acosta y el ingresado Marcos Acuña fueron requeridos para cubrir los baches de los laterales. Aunque en medio de la tensión, el mismo Acuña dio el pase gol al área chica y, antes de que Icardi conectara el balón, Rolf Feltscher convirtió en contra. 

Lo que prosiguió fue un limbo entre aprovechar una mínima oportunidad para dar vuelta el resultado y rogar para no sufrir otro gol. Fuera de algunas jugadas aisladas y de la inclusión de Darío Benedetto y Javier Pastore, nada cambió. 

Argentina está al borde del abismo. Decir que es una exageración es negar la expresión de Lionel Messi, que se fue al vestuario al borde del llanto. De poco sirvieron los cambios de un partido a otro. La raíz del problema radica en otro lado. En octubre, ante Perú y Ecuador, se sabrá si esta pesadilla se hará realidad o se olvidará.